Tiene algo de insecto, de plaga atraída por las fuentes lumínicas;
primero el sol, luego el fuego, los reflejos,
y el cuarto final, que es a medias todas las noches:
el esplendor distante de una ciudad.
Una mancomunidad entornada
explorando el espacio exterior hasta con sondas vesicales.
En pos de calenturas, de otros abrigos más la piel,
bombeando sangre y anhelos de silicio
que liberen las alas de la muda corsé;
la del lenguaje de señas,
la que tomó por muñeca y dictó
cómo, dónde y cuándo sucedió al parecer
algo sumamente extraño,
viendo a los lejos lo que alguna vez;
melancolía,
metamorfosis guiada por luz.
(S. Defranchesco)
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