Se lo han llevado a los palos
y creo que le oí gritar tu nombre;
nuestro recurso más preciado
tapándose la cara.
¿Y ahora qué?
No sabría ni cómo llamarlo.
Si la multitud ahoga a los rostros en llamas
con puñados de almohadas de plumas en la boca
con pavadas y lógicos nudillos
tan claros aún siendo de luna.
Y no cabían razones; sólo un bello motivo
que con pinceladas ni brutas ni inquietas
fue y quiso y entonces lo vieron...
Muy tarde vos, ahora lejana amiga mía,
si tan pronto me lo cuento
confabulado
como todo aquello que se idealiza.
Qué tanta macana,
qué tanta violencia,
qué falta de respeto si es que tanto nos quería.
Sebastián Defranchesco
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