Tras un breve instante de quietud irrumpe un crescendo
diésel de semáforo a semáforo, de X a Y, para allá y viceversa, a tres pisos de
distancia, donde la avenida y el bulevar – agua – combaten la noche con las
luces de una serie de postes rosas – hundido – que flagelan las cuatro paredes
de la habitación con las sombras distorsionadas de los listones de una persiana
entrecerrada. Y adentro la idea la fija, el terror, sin la posibilidad de verlo
de otro modo; es una equis que no mueve a y muchos menos viceversa, o una cruz
bajo los pies, una diana: el símbolo de una castidad impenetrable. Helo aquí,
piensa; heme en medio del pecho, en el mordisco, sin coordenadas, oyendo motores
carraspeando hacia un agudo y frágil bollito de aluminio, llegando a una a, así
minúscula y con el aliento fantasmal ante el presagio de su súbita muerte por el
anuncio de un tren partiendo al sur, quizás a Bahía Blanca.
En segundos comenzará el encuentro; ya se desplegaron
las mangas y la hinchada está que arde por el retorno del crack. ¿Debería
masturbarse? Y a la pregunta le sigue un minuto de silencio, que ni llega a
minuto ni es de silencio. ¿Duda? Y entonces, en un castellano muerto, la base
de datos se le anuncia actualizada. Tal vez sea cierto y pueda ir contra
natura, aunque todo anuncia un mal juego estando tan marcado. Mejor no pensar;
dejarse llevar por la pendiente, de equis a y, envuelto por el ruido blanco, el
vacío de un dial eyectado al cosmos, al vertedero informativo; materia negra,
para nada gris: lo que se dice la realidad tal cual es: un espectro boyando.
¡Maldita máquina! ¡Nada de lo que hago funciona!
Calma.
No es más que ingresar y empaparse un poco para
disipar la calentura del roce atmosférico. Con treinta y siete grados y dos
rayitas se está bien; el drama es el bajón: más y más y más y más… Hasta que
sintoniza la voz de un aquí y ahora pisando una
canción ahogándose en un fade out. La producción lo tiene en línea, pero la
conexión es débil y se entrecorta. Un virus; no le cabe duda que es un virus.
Buenas tardes doctor, ¿qué puede decirnos al respecto?
Pero no lo diga ahora, que tengo a las noticias encima. ¿Si?
Cinco pitidos cortos y uno largo.
Tacos altos, tacos finos, un chusmerío de bronce y un
portazo encima. Se descalzan dos tabas al suelo – un día bueno o un día malo -,
y diez segundos se pierden a medias, pues el tiempo no da para soquetes. Algo
se le cae al techo: Sapiencia…………
Tipeos sobre los pasos, conversando en una ella suena
y él lo escribe.
“Lo que hay que saber” (sic) se le trepa por la
espalda y es una quimera chamullado.
Entonces oye el portero; seis o sietes chancletazos, y
con cada chasquido entre el talón y el hule va creciendo en él, efervescentemente,
el deseo de ver el mar, no un mosaico de espuma en una postal ajada. Atiende.
De lejos, el ronroneo de un barco fantasma encubre una voz que le revela que no
son aes, sino ees las que circulan comprimidas del otro lado de la línea.
Los carriles rechinan de nuevo, y es sin duda un tren
cargado afirmando sus ruedas apestañadas, sumándose a la contienda, a la
opinión profesional, a las efemérides.
¡Komarov! ¡Komarov!
¡Nada de lo que hago funciona!
Penetre caliente, mantenga la calma.
Y en estos casos, doctor, usted insiste en usar
compresas frías para aliviar la fiebre.
Exacto. Y apenas surge el brote, la cuarentena.
Una pausa, o el mal de pocos según ellos, como los
titulares cantando el Himno Nacional, los de hoy, los de ahora, donde la espera
a puerta abierta bajo el umbral.
Antes, una silla rasga el techo camino a una mesa – su
atrás -, y hacia la izquierda – su derecha. Son cuatro rayones negros sobre un
revoque con la palidez de un cráneo pulido. Silencio………. Un chasquido: ni
pasado ni futuro. Cero ansia, cero hambre, y la burbujita del nivel ubicada al
centro. Se recuerda que es un detalle ocupando un lugar, titilando entre X e Y,
entre un mar y un naufragio. Y ahí viene ella, derechita hacia un hipocampo con
la jubilación de un futón tragamonedas, remontada por un rechinar de poleas y
un conteo en rojos 1, 2, 3…
Sebastián Defranchesco.